29.12.12

Sala 28: la muerte


Detalle de María Cleofás en el "Descendimiento de la cruz"

Fue en la primavera de 1436 cuando Rogier van der Weyden recibió el encargo de representar el difuso rostro de la muerte.

A ciegas, sin pensar cómo, se afanó en trizar los colores de la lluvia, en diluir sus pinceles en el amargor de la hierba. Pero él creyó que todo sería en balde. Nadie se atrevería a mirarla de frente; nadie callaría la voz del silencio; nadie, el vértigo de la sangre.

Desde entonces, la muerte, sabiéndose atrapada en la nitidez de una imagen, mudó la oscuridad de su semblante, su danzar mudable y voluptuoso, por la lenta gravedad de las lágrimas, por el légamo pegajoso de los días.

Quien, sin esperarlo, como en una tarde de invierno, se enfrente al “Descendimiento de la cruz sabrá, sin que nadie lo prevenga, que la muerte vive en sus oros azulados, en la geometría famélica de sus tablas, en la mirada esquiva de los hombres.


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