18.3.10

El regalo

Supongamos que:

-hoy cumples años, 44, cosa no muy frecuente,

-que no me acordaba de la fecha y que, incluso, he tenido que hacer cuentas para saber cuántos cumplo,

-que mi hija tiene hoy una audición de coro en el conservatorio,

-que de la treintena de “castratis” y ángeles varios, ella, ante mi sorpresa, da un paso al frente y hace un “solo” maravilloso de “La noche santa”, de Fray Ambrosio Montesino (s. XVI),

-que me lo dedica a mí porque es mi cumpleaños y porque lo tenía pensado desde hace semanas,

-que me emociono como un niño chico.

P.S.: Transcribo la cita que mostraba ayer la portada del diario El Mundo: Aparte de su sangre, lo más valioso que un hombre puede dar de sí mismo es una lágrima (Alphonse de Lamartine).

16.3.10

Ojos que vienen a la luz


Antonio Machado describía la súbita llegada de la primavera con este ilustrativo pareado: La primavera ha venido. / Nadie sabe cómo ha sido.
Fiel a su poética de la vida y la muerte, recreaba el mismo tema en el poema “Pascua de resurrección” en el que, aprovechando el renacer de la vida y a modo de carpe díem (¿Julio, lleva tilde?), invitaba a las “doncellitas” a amar:

Mirad: el arco de la vida traza
el iris sobre el campo que verdea.
Buscad vuestros amores, doncellitas,
donde brota la fuente de la piedra.
En donde el agua ríe y sueña y pasa,
allí el romance del amor se cuenta.
¿No han de mirar un día, en vuestros brazos,
atónitos, el sol de primavera,
ojos que vienen a la luz cerrados,
y que al partirse de la vida ciegan?
¿No beberán un día en vuestros senos
los que mañana labrarán la tierra?
¡Oh, celebrad este domingo claro,
madrecitas en flor, vuestras entrañas nuevas!
Gozad esta sonrisa de vuestra ruda madre.
Ya sus hermosos nidos habitan las cigüeñas,
y escriben en las torres sus blancos garabatos.
Como esmeraldas lucen los musgos de las peñas.
Entre los robles muerden
los negros toros la menuda hierba,
y el pastor que apacienta los merinos
su pardo sayo en la montaña deja.

Esta mañana, sin esperármelo, como si de una representación teatral se tratara, el poema se ha revelado ante mí. Eso sí, ni era domingo ni había doncellitas en flor. Una pena. Tal vez sean los efectos colaterales de la crisis.
Al llegar a casa, una pareja de cigüeñas escribían sus blancos garabatos en el cielo azul de la mañana. 22º C en los termómetros, día claro, menuda hierba y una sorpresa en mi jardín: un pequeño erizo que acababa de salir de su letargo invernal y que, adormilado y con los ojos entreabiertos, también atónito, disfrutaba del sol de primavera. Todo un regalo de nuestra “ruda madre”.

9.3.10

Dios absoluto

Con relativa frecuencia me gusta leer a Juan Ramón Jimémez. Es una debilidad (confesable) que no puedo evitar. Además de reencontrarme con grandísimo poeta, acabo sintiendo la poesía en su verdadera esencia. Esta  es, tal vez, la mejor virtud de los clásicos.
De mi última lectura, os dejo un fragmento que no tiene desperdicio.


No creo en el dios usual, pero pienso en el dios absoluto como si existiera, porque creo que debiera existir un dios como yo lo puedo concebir. Y si lo puedo concebir ¿por qué no pensar en él aunque no exista? A mí me sería fácil crear un dios verdadero si tuviera poder material para crearlo. Concibo perfectamente lo que pudiera ser un dios de mi intelijencia y mi sensibilidad.


Cuando besamos a nuestra mujer en la boca besamos en ella la boca de dios, todo el universo visible e invisible, y el amor es el único camino de la eternidad y de dios. En realidad yo creo que no hay otra eternidad que el amor, y si sentimos la muerte como un defecto es porque nos quedamos sin acción de amor, porque nuestra boca ya no puede ponerse en contacto voluntario y dinámico con la boca del mundo.
Juan Ramón Jiménez: Tiempo y espacio, Edaf.

5.3.10

El virus de la doble tilde

Hace unas semanas que llevo luchando contra un problema en mi ordenador que me impide poner tildes correctamente a las palabras (cami´´on). Al principio creía que se había desconfigurado el idioma del teclado, pero no. Tras bichear en la red, descubro con horror que tenía el virus de la doble tilde. Por si fuera poco, un problema más para los fundamentalistas que nos empecinamos en poner tildes.
Acojonado ante la gravedad del problema, me pongo manos a la obra y le paso al cuerpo infecto de mi portátil varios antivirus, antiespias y malewares sin que los síntomas despareciesen. Por un momento, pensé que el sistema sanitario de la red funcionaba como la Seguridad Social.
Desperado ante la posibilidad de no poner tildes nunca más, me entregué al mundo esotérico de los foros, esos ámbitos crípticos, ocultos, adivinatorios donde unos oráculos desconocidos te invitan a cometer actos impensados, a ciegas diría yo, sin que nadie se responsabilice de nada de lo que pueda suceder.
Como me vi tan agobiado, me atreví a seguir a la desesperada las pautas que me daban: me registré en la página al igual que un hospital de urgencias, le inyecté un antivirus, luego un antiséptico que limpió la inmundicia de mis archivos temporales, le administré un último maleware a modo de bálsamo y aguardé a que, tras reiniciar el equipo, se reanimase su cuerpo convaleciente.
Mientras que esperaba en la sala de espera de mi cuarto, pensaba en la posibilidad de que me hubieran engañado, que todo saldría mal, que era de tontos fiarse de los desconocidos…
Al regresar, tecleo la tilde  —tensión contenida—, luego la vocal y, aleluya, funcionaba. Acto seguido, llamo a gritos a mi mujer como un gilipollas: ¡Puedo poner tildes! ¡Puedo poner tildes! ¡Puedo poner tildes!
Como podréis imaginar, la cara de asombro de mi suegra y mis hijos era todo un poema.

P.S.: Mi agradecimiento a los foreros (y en especial a este) que nos hacen la vida más fácil. Espero que tanto la Real Academia de la Lengua como el Instituto Cervantes les concedan algún tipo de premio a estas personas que luchan de modo infatigable por la dignidad de la palabra escrita.

3.3.10

Entrada triunfal

9.15h en todos los relojes. 
Chupa de cuero negro con clavos de plata, flequillo alborotado (cosas del temporal), cabeza altanera, media sonrisa en la comisura de los labios, sin picadores, público distraído. Son necesarios varios capotazos para centrar al toro de sus preocupaciones mundanas, silencio maestrante, expectación.
Sucesión de lances: Renacimiento, los clásicos, amor platónico, la eterna sinfonía de la “a” (A Dafne ya los brazos…), el paso del tiempo, la juventud, la belleza efímera, donna angelicata, Venus saliendo del mar, ojos claros, serenos, equilibrio, perfección, serenidad, Cristo de la Buena Muerte, rosa, azucena...
[Sones festivos al fondo: El gato montés]
Desproporción, caos, clavel, retorcimiento, el Cachorro…
[Murmullo de faena grande]
Locus amoenus, los hippies, la pátina del epíteto, orden, hipérbaton, líneas, la música…
[El toro, una y otra vez, sigue el engaño. Sucesión lírica de muletazos, ahora con la izquierda y por bajo. Bocas entreabiertas, jadeos de gustirrinín]
Collige, virgo, rosas, el ritmo armónico de melódicos y heroicos…
Por no hacer mudanza en su costumbre, la autoridad, pese al rechazo del respetable, me da un único aviso en forma de timbre para rematar la faena.
Cafetería, 10.40h. Puertas abiertas, miradas de asombro, paseíllo triunfal. Carmen, la camarera de pechos grandes y enhiestos, me recibe a porta gayola con un “buenos días” apoteósico.
[Ayes, muchos ayes: Ayyyy, si me dejaran…]
—Vaya cómo has entrado…
—Café con tostada, por favor.