27.4.09

El extraño caso de Márgara Sáenz

Supe del siguiente poema hace ya unos años. Aparecía como broche final de la exquisita Antología de la lírica amorosa de Vivens Vives. El texto tenía como autora una tal Márgara Sáenz, una autora ecuatoriana que nació en 1937 y murió en 1964. En aquellos tiempos analógicos (quien los pillare), sin la alargada mano de internet, traté de informarme sobre su autora. Así, pregunté a amigos expertos en literatura hispanoamericana, busqué en varias bibliotecas de Filología (Dante, Manuales y el departamento de hispanoamericana) sin que lograra dato alguno.
Olvidado el poema, lo volví a recuperar hace unos días al buscar otro texto de dicha antología. Pero ahora sí, internet ha desempolvado la oscuridad de los tiempos y me ha permitido saber más de la enigmática poeta. Por cierto, me llamaba la atención que el texto fuera escrito por una mujer. Al leer el poema lo comprenderéis.
Ante mi sorpresa, me encuentro con una historia tan literaria como apasionante. Ya me contaréis cuando la leáis.
El poema trata el tema del amor perdido y a la vez evocado. En este caso se fusionan de forma sobresaliente dos planos: el temporal (el pasado feliz y el presente doloroso) y el personal. Por otra parte, la impudicia de los sentimientos y de las experiencias aludidas cobra aquí una dimensión muy lírica. Léanlo y, si les gusta, reléanlo varias veces. Merecerá la pena.


Otra vez Amarilis

El tiempo ha pasado y vuelves a mi memoria.

Tu auto trepando hacia la sierra, la Cream-Rica
¿recuerdas?, volteando a la derecha, todos esos moteles.

Entonces éramos nosotros; no tú, no yo. Me quiérote,
te gózame, me amándonos, decíamos.

¿A quién llevas ahora? Contigo entre las piernas
¿quién pega de alaridos y triza los espejos
donde nos repetíamos bestiales y dulcísimos?

¿Qué otro vientre recibe tu miel mía, peruano? Di
qué frívola puta, qué sórdida hipócrita limeña,
qué casada cuidadosa del cornudo.

Hijo de perra, ¿lo haces? Pero allí no, nunca, con
nadie vuelvas a la habitación 35. Que se te
muera para siempre, que se te pudra si regresas.

Una vez dije allí no ¿recuerdas?, dije después
donde quieras. Tú me observabas igual que un
entomólogo, eras un médico lascivo examinando
una muchacha muerta de amor: no hables, eres
una muñeca, un cuerpo sin voluntad, y me
tocabas probándome y fui un durazno de esos
que se abren con la mano.

Un durazno, dijiste a mis espaldas, a la luz de la tarde,
separando con suavidad mis carnes, descubriendo
lo que ni yo conozco, mi zona más oscura, la que
guarda esa caricia atroz, obscena y tuya que no olvido.

Júralo: no has de volver a esa cama con nadie. Me has
negado tu cuerpo, el que gustaba mirar
impúdico y erecto viniendo a mí, el tuyo
que era el mío. Concédeme esto entonces: anda a
otro sitio a hacer tus porquerías.

O vuelve a la habitación 35. El tiempo ha pasado,
ya no hay sino recuerdos y Amarilis qué puede
sino juntar palabras. Ahora somos tú y yo, no
existe más nosotros. Uno y uno, dos solos: yo
esa mierda que tú soy y yo añoras, desgraciado.

25.4.09

Ítaca al fondo

Después de leer la entrada de hoy de Ah de la vida, me he atrevido a escribir algo sobre Ulises y su regreso. Aquí va.

¿Qué pensó Ulises cuando la marea de la emoción le subía a la garganta? Los ojos llenos de recuerdos, en cada arruga una cala de años, un vacío de pueblos blancos que se agarran a la piedra.
¿Qué imaginó? ¿Qué soñó al regresar? Todo era distinto, pero todo igual, como el olor impregnado en el hocico de Argos: los años, las horas, la lucha por la vida y el pago amargo en una flecha de rabia.
¿Qué recordó cuando lo dioses le llevaban hacia las luces de Penélope? ¿Qué fuego asoló su cuerpo cansado?
Ulises, ruega que los mares te concedan la compasión de la brisa, la tenacidad del olivo y la mansedumbre de Ítaca.

22.4.09

Luz de poniente


La luz de poniente empieza a apagarse como un brasero de carbón. Solo las rocas abren sus ojos ocres entre la vegetación dormida. Las luces de las casas se encadenan como estrellas y la bruma marina borra límites y relieves. Mientras, el mar profundo se afana en azularse perseguido por la seda negra de la noche. (Si la eternidad existe, se la llevará el sol entre sus brazos).
En este teatro de luces, la luna sacará su cimitarra blanca y todo se confundirá a su alrededor. Así, día tras día, milenio tras milenio… y el camino andado se desvanecerá lentamente sin que la marea nos deje volver.

20.4.09

Goya y el napalm

Los clásicos poseen la rara virtud de representar aquellos aspectos que todo el mundo entiende pero que nadie es capaz de expresar.
Esta tarde, visitando virtualmente el Museo de El Prado, he vuelto a ver el famoso cuadro de Francisco de Goya “El tres de mayo”. Dada la calidad que la página ofrece, he podido ver con detalle de joyero hasta el último rincón de la obra. Quizás lo que más me ha sorprendido es la maravillosa forma de retratar el horror humano. Goya, frente a la deshumanización de los soldados franceses que aparecen sin rostro, da forma a las caras de las víctimas, las individualiza en el miedo, en la miseria humana. Pero, justamente detrás de los personajes principales, encontramos a uno que se tapa sus ojos, que se niega a ver la crudeza de la vida, el sinsentido de la muerte. Al contemplar a este personaje secundario se me vienen a la cabeza otras imágenes con mensajes semejantes: El grito de Munch, la niña vietnamita que huye espantada de la violencia del napalm… Es aquí cuando adviertes que los maestros lo son por su capacidad de expresar con sencillez lo que todos hemos visto, pensado o imaginado.

16.4.09

Haikus a la tarde

Después de un temporal de exámenes, pasos, alergias y deberes varios, retomo el camino de este blog. Me he atrevido con unos haikus escritos esta tarde a vuela pluma. El tercero de ellos ha surgido a partir del sonido de las hojas de unos árboles, que me recordaba la espuma de las olas cuando estallan en la arena. Aquí van:

Un remolino
de papeles y plásticos
duerme la tarde.

Huye la luz
última entre los pinos…
Solo silencio.

Un rumor de hojas
sueña con blanca espuma
que se deshace.

El viento peina
los surcos verdes
de la campiña.