Fernando, fiel al determinismo de su origen serrano, es amante de la caza mayor (valga la redundancia). En su pueblo de la Sierra de Huelva es habitual pertenecer a un coto de caza, aunque ello suponga pagar todos los años una millonada. El peso de la tradición, el atávico apego a la sangre y al roce de la naturaleza terminan por convencer al más pintado.
Desde hace no demasiado, Fernando apenas hace uso de su escopeta y son frecuentes escucharle frases como estas: “Como la voy a matar si es una hembra”, “Pero si el venado apenas tiene cuernos…”
Paulatinamente, el punto de mira de su escopeta se ha ido reduciendo, no porque no pueda, sino porque le gusta demasiado la vida y la naturaleza. Este año, para sorpresa de todos, ha sustituido la pólvora de sus cartuchos por la exactitud milimétrica de una cámara réflex y un teleobjetivo descomunal tan potente y preciso, que apenas suena pero que dispara con silenciosa impudicia sobre la mirada distraída de los ciervas más recatadas.
¡Será por disparar!
(La fotografía pertenece al que les escribe y fue realizada hace un par de días. Prestad atención al bicho (?) que se esconde dentro de la flor. Miedo me da)