El Guadaíra
es un río que, habiendo tenido el dudoso privilegio de ser el más contaminado
de España, se negó a morir. Durante décadas soportó el veneno negro del
alpechín, la herida transparente de la sosa cáustica y el abandono secular de
políticos y ciudadanos sin que nada ni nadie acabara con él. Tal es el poder de
recuperación de la naturaleza.
No hace
mucho, cuando llegaban las lluvias de otoño, las empresas del aderezo de la
aceituna situadas río arriba liberaban a través del alcantarillado público y de
tuberías conectadas ilegalmente a los arroyos todos los desechos químicos que
acumulaban. En horas una cuarta de “nata” tóxica cubría el tapiz de la
corriente.
Recuerdo
haber visto bancos de peces, casi asfixiados, arremolinados en unos pocos
manantiales de agua limpia. Incluso llegué a ver a alguien que, valiéndose de
una red, capturaba todos los peces que podía, para después salvarlos en una
alberca propia. Días más tarde, pasaba la riada química, los devolvía al río.
Aunque el
problema aún no se ha resuelto del todo, la situación ha mejorado
significativamente hasta el punto de que la naturaleza vuelve a ocupar el
espacio que había perdido. Espero que algún día consiga recuperar la belleza
que en otra época supieron plasmar tanto los viajeros románticos del XIX como
los pintores costumbristas andaluces.
Os dejo a
continuación una vista otoñal de sus riberas.
Fotografía: Alonso CM.