20.3.09

Textos perdidos: José Iglesias de la Casa

En esta actividad que tanto me gusta de leer libros olvidados por el tiempo (estántering), me he topado con una joya literaria denominada El epigrama español, de Federico Carlos Sainz de Robles (Ed. Aguilar, 1946). Se trata de una recopilación de textos epigramáticos que van desde el siglo I al XX.
El libro consta de un estudio preliminar en torno al epigrama, un breve retrato sobre el autor (una auténtica gozada), un pequeño aparato bibliográfico y una selección de poemas por cada autor.
Además de la selección de poemas, me han encantado las sabrosísimas biografías que Sainz de Robles realiza de los escritores elegidos. Sin duda, en su frescura, me recuerdan a los apócrifos que hace Juan Antonio en su Ah de la vida. Aquí os dejo, a modo de ejemplo, la semblanza de José Iglesias de la Casa.

José Iglesias de la Casa (1748-1791)
Nació en salamanca –el jueves 31 de octubre– de padres de noble linaje, estudió Humanidades y Teología en su famosa Universidad y recibió de sus compañeros de aficiones literarias el poético nombre de Arcadio. Sin embargo, nada tenía su aspecto de pastor protagonista de finas églogas de Garcilaso. Era endeble, enteco, paliducho y muy encogido. Desde luego, incapaz de perseguir pastoras ocultas por bosques nemorosos y de endilgar a un corro de cabreros boquiabiertos cualquier discurso de alabanza de las armas y de las letras. La peluca encañonada le producía jaquecas. El rapé aspirado, nauseas. En 1784, ya en Madrid, se ordenó sacerdote. Como premio a su conducta limpia a su vena poética delicada, Felipe Bertrán, obispo salmantino, le otorgó los curatos de Ladrodigo, Carabias, Carbajosa y Santa María.
Como párroco, pecó de poco activo. Le asustaba subirse a un púlpito sin saber de qué hablar tranquilamente a cuatro beatucas y a otros cuatro ancianos, quienes, por otra parte, no quedaban convencidos de que pudieran enseñarse las verdades eternas sin darse desaforados gritos y removerse con descompuestos ademanes. Le recomía la responsabilidad de la dirección de almas, aun siendo tan sencillas como las que entonces se estilaban por esos pueblos de Dios y de España. Prefería él sentarse a su pupitre, con el pocillo de tinta a la diestra, enristrar la pluma de ave y sobre el papel color hueso ir escribiendo con fácil dificultad las estrofas de algún poema didáctico. […]
Iglesias de la Casa a los cuarenta años aparentaba sesenta. Y no era sino cuatro picos de bonete, una nariz, una sotana colgada y dos zapatos con hebrillas de abate Prevost. Sin embargo, de padecer penosísimas enfermedades –que, como las cerezas dentro de la cesta, y a decir del otro cura del cantar– iban tirando unas de otras, enredadas, jamás perdió su serenidad exquisita. Y, paradójicamente, cuanto el cuerpo lo tuvo marrido de mayores dolores, el ánimo se le fue cuajando de eutrapelias poéticas. Falleció el día 26 de agosto de 1791.

De sus epigramas (una composición poética breve en que con precisión y agudeza se expresa un solo pensamiento principal, por lo común festivo o satírico, RAE), os selecciono los siguientes. No tienen desperdicio.

Preguntó a su esposo Inés:
«¿Qué cosa es la que tropieza
un marido con los pies,
llevándola en la cabeza?»
Puesto el pobre a discurrir,
respondió que no acertaba;
y ella echándose a reír,
con dos dedos le apuntaba.


Preguntó a su esposo Irene:
“Blas mío, cuando te ausentas,
sin que tú me dejos rentas,
¿qué dirás que me mantiene?”
“No lo sé", respondió Blas;
y ella le dijo: “Inocente,
mira un espejo de frente;
quizá en él lo advertirás”.


Luisa adrede me mojó
y yo comencé a enojarme;
mas ella por aplacarme,
cual quise me acarició.
No le debió de pesar
del despique, a lo que entiendo,
pues siempre me anda diciendo:
“Pepe, ¿te vuelvo a mojar?”


Paula, con gana de holgar,
le dijo a Blas una tarde:
“¿Quieres conmigo luchar?
Que yo he llegado a pensar
que eres un poco cobarde.”
Blas luchó a más no poder;
y aunque ella es moza fornida,
fingió dejarse vencer;
que es máxima en la mujer
quejarse de ser vencida.


Por enero Inés se halló
de su faldón en lo interno
una pulga, y exclamó:
“¡Que aun hay pulgas en invierno!”
Blas, asiéndola la mano:
“No extrañes, niña, el encuentro
–le dijo–, «porque ahí dentro,
yo apostaré a que es verano”.

3 comentarios:

  1. Gracias por la mención, amigo; un tanto estupenda (en términos valleinclanescos) el estilo de la biografía; los epigramas, muy curiosos; los dos últimos, especialmente, me han guustado mucho. Un abrazo y buen fin de semana, amigo.

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  2. Cuando las cosas se hacen bien hay que reconocerlas, Juan Antonio.

    Un saludo

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  3. Creo que mi hermano Daniel tiene también ese libro y él y yo nos partíamos de risa leyéndolo. Me alegro de la coincidencia.

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