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Fotografía: Universidad Complutense de
Madrid
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Con mecánica de navegante,
unos dedos examinan, miden y, tal vez, imaginen bóvedas, curvas y relieves: una
arquería de huesos fondeada en el beagle
oscuro de una cueva.
Allí, la vida se revela en
milímetros: desde la marfileña blancura de unos huesos que perdieron su cadencia
bípeda hasta la oquedad de un cráneo que jamás pensó nuestros días.
La vida habitó esta misma
playa que ahora cubren piedras, tierra y esquirlas, y en donde, sepultados
sobre el légamo de los años, se dispersan átomos, mitocondrias y ADN.
Tras ellos, Arsuaga navega con
viento lento e incluso se sumerge en las remotas certezas que confirman que,
bajo la escafandra del tiempo, siempre fuimos los mismos que ahora elucubramos
sombras y símbolos tras la luz de una linterna.
Arsuaga sabe que la vida se
alimentó de la imaginación, de la amistad, de las alianzas, de la guerra y la
muerte; que sobrevivió al dolor del parto, al fuego de la superación, al veneno
de los placeres.
Arsuaga expone, argumenta y,
como círculos en el agua, superpone especies, conductas, estrategias e
hipótesis… También pasión, conocimiento y dudas, muchas dudas, tantas que lo
hacen más humano.