31.1.12

Cruce de caminos

No sé por qué el poema de Gil de Biedma que más abajo reproduzco no había aparecido nunca en este lugar. Ha sido un fallo imperdonable, lo acepto.
Recuerdo que, tras varios años de olvido, la marea de noviembre me lo ha devolvió de forma inesperada. Entonces lo leí reiterada y obscenamente (por aquello de la insistencia) como si buscara entre los restos de un naufragio ajeno. Siempre he pensado que, en realidad, cuando leemos, buscamos en los demás nuestros propios naufragios y, en este caso, el resultado de un viaje sobrecogedor: el que va desde el pasado evocado alegremente al presente más despiadado.
Tiempo después, buscando un poema de Luis Alberto de Cuenca, volví a encontrármelo en mitad de un cruce de caminos (hay quien también lo llama intertextualidad) y sus restos flotaban aún vivos entre las palabras de Cuenca. La sensación de encuentro, de confluencia de personas, tiempos y emociones similares hizo que de nuevo regresara al poema inicial. Ya lo entenderéis cuando los leáis.

In illo tempore

Tus padres se habían ido a no sé dónde
y la casa quedó para nosotros,
lo mismo que el convento abandonado
del poema de Jaime Gil de Biedma.
Con la música a tope, preparaste
una mezcla explosiva en una jarra
mientras yo te quitaba, dulcemente,
la ropa de cintura para arriba.
Llenaste las dos copas hasta el borde.
Bebimos. Nos entró la risa tonta,
y se nos puso un brillo en la mirada
que subrayaba nuestra juventud,
y nos besamos como en las películas,
y nos quisimos como en las canciones.

Cuando la realidad era el deseo
y nuestro reino no era de este mundo.
     Luis Alberto de Cuenca: Su nombre era el todas las mujeres. Renacimiento.

Aclaro que los versos de Gil Biedma los encontré por primera vez mientras leía un hermoso libro de Benjamín Prado llamado Siete maneras de decir manzana (Anaya) en un capítulo donde reflexionaba sobre el valor de los silencios en la poesía., algo que jamás entendí porque el poeta no silencia nada:



Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma

En el jardín, leyendo,
la sombra de la casa me oscurece las páginas
y el frío repentino de final de agosto
hace que piense en ti.

El jardín y la casa cercana
donde pían los pájaros en las enredaderas,
una tarde de agosto, cuando va a oscurecer
y se tiene aún el libro en la mano,
eran, me acuerdo, símbolo tuyo de la muerte.
Ojalá en el infierno
de tus últimos días te diera esta visión
un poco de dulzura, aunque no lo creo.

En paz al fin conmigo,
puedo ya recordarte
no en las horas horribles, sino aquí
en el verano del año pasado,
cuando agolpadamente
–tantos meses borradas–
regresan las imágenes felices
traídas por tu imagen de la muerte...
Agosto en el jardín, a pleno día.

Vasos de vino blanco
dejados en la hierba, cerca de la piscina,
calor bajo los árboles. Y voces
que gritan nombres.
Ángel,
Juan, María Rosa, Marcelino, Joaquina
–Joaquina de pechitos de manzana.
Tú volvías riendo del teléfono
anunciando más gente que venía:
te recuerdo correr,
la apagada explosión de tu cuerpo en el agua.
Y las noches también de libertad completa
en la casa espaciosa, toda para nosotros
lo mismo que un convento abandonado,
y la nostalgia de puertas secretas,
aquel correr por las habitaciones,
buscar en los armarios
y divertirse en la alternancia
de desnudo y disfraz, desempolvando
batines, botas altas y calzones,
arbitrarias escenas,
viejos sueños eróticos de nuestra adolescencia,
muchacho solitario.
¿Te acuerdas de Carmina,
de la gorda Carmina subiendo la escalera
con el culo en pompa
y llevando en la mano un candelabro?

Fue un verano feliz.
...El último verano
de nuestra juventud, dijiste a Juan
en Barcelona al regresar
nostálgicos,
y tenías razón. Luego vino el invierno,
el infierno de meses
y meses de agonía
y la noche final de pastillas y alcohol
y vómito en la alfombra.
Yo me salvé escribiendo
después de la muerte de Jaime Gil de Biedma.

De los dos, eras tú quien mejor escribía.
Ahora sé hasta qué punto tuyos eran
el deseo de ensueño y la ironía,
la sordina romántica que late en los poemas
míos que yo prefiero, por ejemplo en Pandémica...
A veces me pregunto
cómo será sin ti mi poesía.

Aunque acaso fui yo quien te enseñó.
Quien te enseñó a vengarte de mis sueños,
por cobardía, corrompiéndolos.
      Jaime Gil de Biedma: Antología poética. Alianza Editorial.

24.1.12

Variaciones

Tras la lluvia de abril, las cunetas eran cuencas fluviales donde, como un barco, una hoja surcaba el oleaje de escorrentías y torrenteras. Un zapato abandonado suponía el dique insalvable que desviaba la fuerza de la corriente. Detrás un tropel de ramas, hojarasca y plásticos embarrados esperaban su turno de salida en el disparadero de aquella presa.

                                                                        *


Trae la lluvia de abril cuerpo de cuneta, brazos de corriente, cabeza de barro.

                                                                        *

          Barro es abril;
          un zapato, la tarde;
          el tiempo, la corriente;
          una hoja, un barco;
          la lluvia, un río.

23.1.12

Desintegración

A María le gusta cantar y comer. Sabe siempre de qué está hecho el bocadillo que le hizo su madre. También alardea de que su novio es Sergio, el adolescente más alto y guapo de su clase. Está siempre contenta, pero, tras el recreo, siempre llora sin saber nunca cuál es el origen de su tristeza. Posee una magnífica memoria que le permite recordar numerosos poemas que no entiende. Sus ojos inexpresivos cuentan que es síndrome de Down.
*
Darle forma al sistema educativo hasta que las piezas del puzle humano coincidan debería ser el gran objetivo de los políticos. En la práctica poco de lo dicho encontramos. Con la rotundidad de las palabras se ocultan los problemas y, lo peor, los cristales rotos de las personas.
A estas horas de mi vida bien sé que los determinismos humanos son difíciles de vencer. Dónde has nacido, quiénes son tus padres, cómo es la geografía de tus genes, quiénes te han educado o con quiénes vas constituyen un galimatías de personalidades que la escuela debe considerar y que en la práctica no hace. Por ello, cuando se afirma que el sistema educativo atiende a todos por igual, que no discrimina, que se reconocen las diferencias de todos siento algo semejante a la conmoción.
Quien haya visto en las aulas a chavales con síndrome de Down o con retrasos cognitivos severos atendidos tan solo por la delgada mano del “buenismo” del profesorado comprenderá el significado de la expresión “estar atendidos en el aula”.
Pero lo más desmoralizante de todo no radica en las palabras perversas de los políticos, sino que gran parte de los padres no cree que sus hijos pueden aprender: ni creen en el sistema, ni tan siquiera en los profesores. La escuela se contempla como un lugar donde desentenderse de sus hijos: que se entretengan, que los aguanten unos años. Lo digo porque lo compruebo a diario. Os puedo decir que algunos desean que repitan en Primaria para que puedan irse de la Secundaria Obligatoria más tarde. No esperan nada, tampoco se creen aquello de la integración (o la inclusión, como lo llaman ahora). Es cierto que muchos carecen del dinero suficiente para encontrar alternativas de pago, y quienes lo tienen no cree en ellas o en sus hijos.
Mientras tanto, todos juntos, sin especialistas que los atiendan como se merecen, molestándose unos a otros, configurando un puzle imposible.