A veces, durante las noches de invierno, cuando la lluvia confunde las fronteras del tiempo, alguien deja entreabiertas las puertas del paraíso. Es entonces cuando la niebla sale lentamente con olor a humo y vierte por todos lados pequeñísimas gotas de eternidad.
Como animales salvajes, los naranjos beben enloquecidos su esencia dulce y la mezclan en la savia con su veneno verde.
En la vieja aldea china de Es Thi Ghia, cerca del río Le-Te, el anciano Kha Hron Te cuenta que, durante los primeros días de primavera, los naranjos abren sus puños de nácar y conceden a los hombres el escaso aliento de la inmortalidad, pero solo el leve instante que el humo tarda en borrarse del cielo.
P.D.: Juan Antonio, lo prometido es deuda. Hice lo que pude.
El relato te hace sentir la niebla a tu alrededor, me recuerda a un libro de Cuentos Chinos con el que crecì
ResponderEliminarMuy bueno
Saludos
Lo guardaré para invierno y lo leeré un día de lluvia.
ResponderEliminarUn abrazo!!
Rubén.
Muy halagado por la dedicatoria. Lo que has podido es mucho, amigo, mucho. Un abrazo agradecido: esto sí que es un regalo para el día de san Juan.
ResponderEliminarQuillo, regálame algo, que me da envidia.
ResponderEliminarA mi también me da una envidia...
ResponderEliminarY cochina, eh. Y cochima.
Felicidades, una belleza.
Genial. Es difícil crear una imagen atmosférica tan delicada.
ResponderEliminarUn saludo
Jesús Domínguez
Precioso, Miradme al menos. Lo cierto es que hasta que no lo leí por segunda vez no di cuenta de las referencias a Estigia, Lete y Caronte.
ResponderEliminarUn saludo
Isamar
Muchas gracias a todos por vuestras palabras. Lo cierto es que me dan mucho ánimo para seguir escribiendo.
ResponderEliminarEn cuanto a los regalos, ya veremos lo que podemos hacer. La crisis es muy mala.
Un saludo para ti, Isamar.