De niño vivía en Peñaflor, un pequeño pueblo sevillano junto al Guadalquivir limítrofe con Córdoba. Recuerdo que en la época de la recogida de la aceituna, la vendimia, la remolacha o el algodón media clase desaparecía de la escuela para acompañar e, incluso, ayudar a sus padres en estas labores. Luego, tras su regreso, casi ninguno aprobaba y terminaban acumulando retrasos en su formación curso tras curso. En estos años, además, era habitual que familias enteras emigraran a sitios tan lejanos como Cataluña, Suiza o Alemania.
En la mentalidad de un niño (me estoy acordando de John Boyne) aquello era visto con normalidad e incluso con esperanza, pues se adivinaba un futuro mejor, a pesar incluso de que los que se marchaban eran tus mejores amigos.
Se me viene a la memoria una tarde en el patio de una casa vacía (pues sus dueños ya habían emigrado), sentados todos mis amigos en círculo sobre la tierra, cuando enterramos una moneda de diez céntimos y nos conjuramos para reencontrarnos allí mismo muchos años después. Fue el último día que vi a mi amigo Viñuela, un niño que se fue a Barcelona y que pintaba como los ángeles.
P. D.: Hoy no hablaré, aunque no me faltan ganas, de la deuda histórica de Andalucía, ni de su manipulación política, ni de la distribución de la riqueza, ni del abandono secular de los pueblos andaluces, ni del desarraigo, ni del olvido de los que se fueron, ni de la incultura impuesta, ni de nada más.
Lo peor, el desarraigo. Cuando vuelven a veranear a sus pueblos de la niñez hasta los miran mal. No son de allí ni de aquí. Perdieron lo único que tenían.
ResponderEliminarEmocionante como siempre: te estás haciendo mayor, Miradme, ni que tuvieras mi edad...
ResponderEliminarConozco el caso de una amiga que fue de pequeña a Barcelona. Allí era "la malagueña". Al volver, muchos años después, con el acento cambiado, la llamaban "la catalana". Forastera de sí misma, en fin.
ResponderEliminarMiradme, ahí tienes materia para un mes de blog, por la parte corta.
Un abrazo.
Ridao, me alegro de leerte por aquí.
ResponderEliminarTienes razón. el desarraigo es muy duro. Con ocho o diez años en la quinta puñeta, sin amigos ni sin familiares, de tenerlo todo a no tener nada tiene su cosa. pero de todas formas a muchos les ha ido bien, acuérdate de Montilla.
Un saludo
Julillo, solo me llevas un siglo, perdón, un año.
ResponderEliminarUn abrazo
Es cierto, Octavio, es cierto. A todo esto, y como dirían en uno de estos pueblos ¿y tú de dónde eres?
ResponderEliminarDate por saludado.
Quien sabe amigo, si algún día a la vuelta de la esquina donde esperan los sueños, vuelves a reencontrarte con tú amigo. Aquel que te dejo lienzos en tu memoria.
ResponderEliminarGracias por acompañarme en mis silencios ...
Un abrazo ...
Emocionante,digo yo tambien, y has hablado de todo, de todo lo que has querido.
ResponderEliminarGracias.
Silencios, la vida a veces es caprichosa y acaba deparando situaciones inimaginables. Creo que todos hemos vivido algún reencuentro, aunque no sea como uno espera.
ResponderEliminarFelicidades por tu blog.
Gracias, Javier. A veces hay que despacharse. Y en eso cada uno tenemos nuestras formas.
ResponderEliminarUn abrazo
Me ha gustado mucho este texto.Los exilios, las migraciuones, el abandono de lo que fue nuestro es muy doloroso.dejar atrás no por deseo propio de horizontes sino porque no hay más cáscaras (económicas o políticas9 es un triste destino.Un abrazo.
ResponderEliminarY tanto, si no es así, no sirve.
ResponderEliminarLa vida ha cambiado, y mucho, para bien y para mal, y cuanto más tiempo pasa, más nos parece que para mal, ya que mejores recuerdos dejamos atrás
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