Desde tiempos antepretéritos está comúnmente aceptado por la infalible ciencia popular que el pisar una mierda da mucha suerte. Por este motivo y como consecuencia de lo dicho, esta mañana he comprado un cupón para el viernes. Hasta aquí no hay nada que decir. Pero, al poco, me han asaltado las dudas. Si me tocara el cupón, ¿he de darle una parte al dueño del animal? ¿Se debe cambiar la consideración social de estos seres desprendidos que llevan la fortuna a sus conciudadanos y además de forma diaria? ¿Con qué cantidad se les deberá remunerar a estos generosos ciudadanos? ¿En especie tal vez? ¿Según las unidades de millar del cupón premiado?
¿De qué factores depende la suerte que te confiere la mierda? ¿Obtendré un premio mayor si el subproducto pisado posee mayor tamaño, según el dicho de que “
más caga un buey que cien golondrinos”? ¿Han de considerarse la dureza, frescura, consistencia y adherencia a los zapatos como un garante cierto que me permitirá dar con el número de serie del cupón?
Pero todo lo dicho no se hubiera escrito si no hubiera pisado al mediodía una segunda mierda. Es entonces cuando mi desconcierto se hecho absoluto. Sabedor de que mi suerte se ha elevado de modo exponencial, me han entrado deseos de compartirla con estos seres que desinteresadamente cuidan estos animales para que nosotros vivamos mejor. Pero, ¿no habrá anulado la segunda el poder mágico de la primera? No lo sé, aunque después de lo ocurrido, he comprado otro cupón y el extra de otoño.
P.D.: ¡Qué semanita!
Mañana hablaré de Juan Cobos.