Fotografía: Alonso CM. |
(De las
tardes casi boreales que nos regaló aquella ventana de Killarney)
A la tarde, como si los
milenios no existieran, los cuervos regresan a la ciudad. Solos, en bandadas de
humo negro, graznan esporádicamente sabedores de que la noche se ha despertado
de su sueño lunático.
El regreso, como si los
milenios no existieran, les ha de llevar a parques y jardines donde nadie les
distinguirá de entre las tinieblas y el silencio de los sueños.
Señores de la confusión,
amantes de la oscuridad, presos de la quietud, se ocultarán donde nadie podrá
verlos.
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