Pensaba
que estaban lejos mis tiempos de terrorismo cafre en los que estallaban
hormigueros con petardos de una peseta o, cuando descendía en aquellos pozos secos y capturaba
algún murciélago al que ataba un petardo encendido con hilo y luego, al volar,
le destrozaba sus “alas” membranosas. Cosas de niño, pero de niño cabrón, lo
reconozco.
Ayer, unos
chavales del instituto encontraron un murciélago extraviado en la pista de
baloncesto. Nadie se atrevió a cogerlo aunque todos deseaban ayudarlo a que
viviera, a que pudiera volar. Uno de ellos buscó una caja de cartón y, como
pudo, se lo llevó al profesor de Educación Física. El profesor, un hombre de
campo, lo sujetó con cuidado avisando al resto de la peligrosidad de sus
mordeduras y de las enfermedades que pueden llegar a transmitir. Ante el
asombro general, examinó su cuerpo en busca de una posible herida o fractura: extendió
sus alas, abrió su boca con el capuchón de un bolígrafo Bic –entonces comprendí
la verdadera finalidad de su diseño– con la intención de mostrarnos sus dientes
tan diminutos como agudos. Sin duda, un animal hermoso pese a su aparente
fealdad.
-No os
preocupéis –nos dijo–. Me lo llevaré a mi casa y esta noche, cuando el animal
esté más tranquilo, lo soltaré en el campo.
La
actitud civilizada tanto del profesor como de los alumnos me movió la
conciencia: los tiempos han cambiado. Estos jóvenes van la vida de forma
distinta, pero más humana. Ahora los niños siguen siendo cabrones, pero en
menor medida en cuanto a los animales se refiere. La distancia de nuestra
sociedad predominantemente urbana, la influencia del cine, de las narraciones
audiovisuales han humanizado de algún modo el reino animal al que se le concede
un aspecto más idealizado y artificial. Al menos, lo parece.
Lo malo es que son más cabrones en cuanto a sus semejantes se refiere. Prefiero la época en que los niños mataban gatos pero respetaban a sus maestros y a sus mayores.
ResponderEliminarUn abrazo.
Alonso, tienen a quienes imitar, por desgracia.
ResponderEliminarAunque estos niños de los que hablas, parecen no ser así.
Un beso.
Cabrones los habrá siempre, José Miguel, y muchos. Además soy de la idea de que todo depende de tu propia naturaleza, independientemente de cuál sea su formación y familia.
ResponderEliminarUn abrazo
Nuestra sociedad ofrece muy diversos modelos de cabronez. Por lo tanto, los niños solo tienen que mirar a su alrededor para imitarlos. Creo que ahí está el sentido de lo humano y de lo educativo.
ResponderEliminarUn saludo, Lourdes.