A María le gusta cantar y comer. Sabe siempre de qué está hecho el bocadillo que le hizo su madre. También alardea de que su novio es Sergio, el adolescente más alto y guapo de su clase. Está siempre contenta, pero, tras el recreo, siempre llora sin saber nunca cuál es el origen de su tristeza. Posee una magnífica memoria que le permite recordar numerosos poemas que no entiende. Sus ojos inexpresivos cuentan que es síndrome de Down.
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Darle forma al sistema educativo hasta que las piezas del puzle humano coincidan debería ser el gran objetivo de los políticos. En la práctica poco de lo dicho encontramos. Con la rotundidad de las palabras se ocultan los problemas y, lo peor, los cristales rotos de las personas.
A estas horas de mi vida bien sé que los determinismos humanos son difíciles de vencer. Dónde has nacido, quiénes son tus padres, cómo es la geografía de tus genes, quiénes te han educado o con quiénes vas constituyen un galimatías de personalidades que la escuela debe considerar y que en la práctica no hace. Por ello, cuando se afirma que el sistema educativo atiende a todos por igual, que no discrimina, que se reconocen las diferencias de todos siento algo semejante a la conmoción.
Quien haya visto en las aulas a chavales con síndrome de Down o con retrasos cognitivos severos atendidos tan solo por la delgada mano del “buenismo” del profesorado comprenderá el significado de la expresión “estar atendidos en el aula”.
Pero lo más desmoralizante de todo no radica en las palabras perversas de los políticos, sino que gran parte de los padres no cree que sus hijos pueden aprender: ni creen en el sistema, ni tan siquiera en los profesores. La escuela se contempla como un lugar donde desentenderse de sus hijos: que se entretengan, que los aguanten unos años. Lo digo porque lo compruebo a diario. Os puedo decir que algunos desean que repitan en Primaria para que puedan irse de la Secundaria Obligatoria más tarde. No esperan nada, tampoco se creen aquello de la integración (o la inclusión, como lo llaman ahora). Es cierto que muchos carecen del dinero suficiente para encontrar alternativas de pago, y quienes lo tienen no cree en ellas o en sus hijos.
Mientras tanto, todos juntos, sin especialistas que los atiendan como se merecen, molestándose unos a otros, configurando un puzle imposible.
Hola, Alonso.
ResponderEliminarEste tema es muy delicado. He vivido de todo un poco y como bien dices, estas personas por desgracia, son las perjudicadas.
Besos.