Aún recuerdo aquel día que destrocé el ritmo de palmas de los 53 compañeros que cantaban sevillanas en el autobús. “Tú, estate quieto” –me advirtieron.
Ese día descubrí que en el Olimpo no quisieron concederme el ritmo de rapsodas y juglares. Tampoco es lugar éste para decir qué me concedieron, pero el ritmo se lo quedaron otros. Tal vez falté el día del reparto, o no me invitó García Sol cuando, tomando café, ensañaba a hacer sonetos, o simplemente pensaron que iba ya bien cumplido, quién lo sabe. Por este motivo me aferro al verso libre más por necesidad, que como recurso, bien lo saben estos dioses julandrones. Por eso decidí que era mejor que los sáficos, melódicos, heroicos y enfáticos estuvieran en las manos de los 53 palmeros del autobús. Los silencios eran míos.
No es mal ritmo el del silencio.
ResponderEliminarEntre 53 palmeros y un silencioso, prefiero ser éste ùltimo.
Un saludo
Miradme, quien lea tu prosa entenderá tu ritmo. Y si no lo entiende, que aprenda.
ResponderEliminarUn abrazo.
El corazón consensúa raramente modos planos del decir.
ResponderEliminarMejor cuando subimos un cerro por mirar. Ahí, el corazón alza la voz.
Y nosotros su versión en palabras.
Siempre arrítmica.
Hay muchos tipos de ritmo. Precisamente el otro día hablábamos de que no hay que encorsetarse en el endecasílabo. Y coincido con Romano en la melodía de tu prosa.
ResponderEliminarVentana Indiscreta me recomendó este blog.
ResponderEliminarMe he pasado un rato agradable abriendo tus ventanas: La noche del aguacero, La servilleta, El espino rojo, Hilario Camacho...
Me gusta el compás que marcas con las palabras.
Un saludo
No me hables a mí de arritmia, cabroncete...
ResponderEliminarLeyendo esta entrada me ha dado por pensar una cosa: lo molestas que pueden llegar a ser las palmas de 53 alborotadores cuando el silencio de uno rebosa ensimismamiento.
ResponderEliminarUn abrazo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMiradme.
ResponderEliminarAprovecho la oportunidad que me das para confesar que, de los 53, odiaba al que redoblaba las palmas.
¡Lo siento!, necesitaba desahogarme 30 años después.
Gracias a todos por vuestros comentarios. Perdonad la tardanza en contestar pero he estado el fin de semana fuera y el lunes ha sido un día duro.
ResponderEliminarCapitán, el silencio a veces es bueno, sobre todo en poesía, hasta el punto que la mejor poesía(al menos paramí) es aquella que reconstruya el universo que no se dice.
Juan Antonio, gracias por tus palabras. Ya te invitaré a algo...
ResponderEliminarVentana indiscreta, es un placer tenerte aquí. Creo que hablas de la libertad de hablar y de expresarse, de las condiciones que han de darse para ello. Creo que sí, que todos necesitamos mirar hacia fuera para saber qué tenemos dentro.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias a ti también, Jesús. Después de leeros he de reconocer que el problema expresivo radica en saber encontrar el ritmo de cada uno. La verdad es que la taer es difícil, sabiendo además que ese ritmo no es siempre el mismo según tu estado y circustancias.
ResponderEliminarMe has hecho pensar.
Shandy, me alegra que te haya gustado este blog.
ResponderEliminarDespués de contestaros paso a leerte a ti y a Ventana indiscreta.
Un saludo muy sincero.
Lo sé, Julillo. Pero eso le pasa a las personas con el corazón grande.
ResponderEliminarUn abrazo sistólico y diastólico.
Mery, aquel día tenía muchas ganas de cantar y de divertirme... ¡Fue un palo!
ResponderEliminarOtras veces he sentido esa sensación de evadirme, de ensimismarme y el entorno no me dejaba. Con el tiempo uno acaba creando estrategias para aislarse. Hay que sobrevivir como sea.
Un abrazo
Estoy de acuerdo contigo, Alejandro. El que redoblaba era el más "chulito" de todos. Por lo general, que no se ofenda nadie, el que redoblaba era el tocapelotas del grupo.
ResponderEliminarUn abrazo.