Árboles altos
¡Abiertas copas de oro deslumbrado
sobre la redondez de los verdores
bajos, que os arrobáis en los colores
májicos del poniente enarbolado;
en vuestro agudo éstasis dorado,
derramáis vuestra alma en claras flores,
y desaparecéis en resplandores,
ensueños del jardín abandonado!
¡Cómo mi corazón os tiene, ramas
últimas, que sois ecos, y sois gritos
de un hastío inmortal de incertidumbres!
¡Él, cual vosotras, se deshace en llamas,
y abre a los horizontes infinitos
un florecer espiritual de lumbres!
sobre la redondez de los verdores
bajos, que os arrobáis en los colores
májicos del poniente enarbolado;
en vuestro agudo éstasis dorado,
derramáis vuestra alma en claras flores,
y desaparecéis en resplandores,
ensueños del jardín abandonado!
¡Cómo mi corazón os tiene, ramas
últimas, que sois ecos, y sois gritos
de un hastío inmortal de incertidumbres!
¡Él, cual vosotras, se deshace en llamas,
y abre a los horizontes infinitos
un florecer espiritual de lumbres!
Juan Ramón Jiménez
Pues sí que parecen llamear esas copas!!!
ResponderEliminarBesos
Virgi, el efecto de la luz procede de los reflejos del Sol en el río Guadalquivir que estaba a mi espalda.
ResponderEliminarUn beso
Hay poetas a quienes no hay manera de devolverles un mechero, por mucho que uno lo intente...
ResponderEliminarJajaja. Es un crack, Enrique.
ResponderEliminarComo no me fío de que me robes la inspiración, mejor te contento con el mechero.
Un abrazo
P.S.: ¡Qué buena tertulia tuvimos!