La noche que asesinaron al profesor de Lengua,
el cielo se cubrió de hiatos, diptongos y un homógrafo mar de sintagmas.
Su cuerpo, entildado
como un alacrán, revelaba signos incoherentes de una transposición
gramatical no marcada, semejante a un anacoluto. Su aspecto imperfectivo se
mostraba arbitrario e inarticulado o, al menos, lo parecía ante los ojos de
lingüistas pragmáticos y estructuralistas.
─Tras vanos intentos de localizar el agente de la acción,
solo se halló un oclusivo velo de impersonalidad, acaso una hipotética
reflexividad de indefinición pronominal. ─Sentenció con paradigmática
desidia el entorno léxico del profesor.
La modalidad del asesinato, equidistante entre
la exclamación y la interrogación, supuso un lastre que impidió cualquier
posibilidad de duda que no derivase en deseos de negación.
Plas, plas, plas. ¡Qué me gusta el ingenio! Enhorabuena.
ResponderEliminarAbrazos alborozados.
Gracias, Fernando.
ResponderEliminarEl texto fue "parido" poco después de corregir un examen de Lengua. Ya te puedes imaginar qué sensaciones puede tener uno...
Un abrazo
Alonso, un relato muy bueno.
ResponderEliminarAhora me encantaría saber qué sensación tiene el que hace el examen.
Saludos.
Gracias, Lourdes.
ResponderEliminarMejor que no lo sepas. Es algo tan inconfesable como inefable. El texto es burdo acercamiento.
Un saludo