La exactitud de la primavera me trae palabras e imágenes repetidas. Todo es cíclico: los primeros lirios, el azul del cielo, los árboles que se visten de verde y, por supuesto, Machado, don Antonio. Es lo que tienen los poetas: un mundo que se interioriza, lo ajeno que se hace propio, aunque estuviese ya antes.
Hoy,
con mi infiel Leo, un perro flaco y negro como sombra de barbacana, paseaba y
meditaba… por el campo, por las carreteras polvorientas, tan suyas como
nuestras, tan machadianas, tan solitarias y lejanas, con Soria clavada en las
estacas del camino, con la esperanza vana de un renacer imposible, con la
necesidad de detenerse en los recodos, junto a los árboles inmóviles, a los pies de
la vida…
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