A veces es difícil entrar en la cárcel del sueño.
Mientras que los demás, entre respiraciones y movimientos inconscientes, duermen indefensos, tú, en vano, luchas por escapar de las garras de la conciencia, del río fundido de la noche. Es aquí cuando buscas una forma –tan práctica como mística– de deshacerte del ritmo lento de las sombras.
Llegados a este punto, se abrirán dos caminos que azarosamente podrían precipitarte a la caverna del sueño: Si tus pensamientos se detienen en las vivencias presentes o pasadas, terminarás en un sinuoso laberinto de personas y recuerdos que inevitablemente te conducirá a la desesperación. La consciencia, como un perro que ladra a las sombras, se habrá rendido por entonces al ruido de la vida. Si, en cambio, adelantas el paso, cometerás el error de andar lo que aún no ha llegado, de repetir el molde antiguo de lo vivido o, peor aún, de entrar en el círculo incansable del tiempo.
Tal vez entonces, la mañana, nublados ya los ojos, te habrá liberado del légamo de la confusión.
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