29.12.09
Cipariso
A pesar de la fiebre y la desolación, de la sangre y el sudor, Cipariso permanecía sentado en el campo de batalla contemplando el romo paisaje de colinas agrestes. Sentía que la idea de la muerte le ahogaba la respiración, que las galerías desiertas del alma se inundaban de sensaciones extrañas. Miraba y pensaba sin que la luz de poniente lo aliviara. Por fin, horas o días más tarde, remedió que lo mejor era acorralar a la muerte en aquel mismo lugar. Para ello se dispuso a cavar una zanja tan honda como le concedió la roca viva. Luego, con mortero de cal y piedra muerta subió un muro alto y desnudo, dentro del cual enterró uno a uno los cuerpos de sus compañeros de viaje.
Tras acabar su obra, presintió que el vacío de la nada, con su fuerza negra y huidiza, escaparía fácilmente de allí, así que decidió rodear el muro con cipreses, árboles fuertes y valientes.
Desde la colina, estos fieros vigilantes de la eternidad, en fila de a uno, en centuria, desafiarían al mundo con su altura de cometa, alzarían sus ramas al cielo para sentirse como flechas azules contra la nada, cerrarían las puertas de la muerte para evitar que corra fugitiva contra los ojos de los padres, que escape la hiel de los vencidos...
Comprendió entonces que su empresa no estaba aún terminada, que aquellas colinas debían sentir el pulso de los vivos, el jadeo de la existencia y, para olvidar estos malos presentimientos, imaginó en su retina un paisaje lleno de olivos aferrados al hierro hirviente de los siglos, con cicatrices de sombra en sus troncos retorcidos como serpientes.
Por ello, durante años, con la fuerza de su miedo, llenó de plata azulada las colinas. Los olivos, separados con distancia de estrella, los dibujaba como un firmamento de vida, almas que borrarían las heridas de la muerte, un inmenso orden en el caos de hileras y silencio.
Cipariso, orgulloso de su tarea salvadora, descansó y esperó sin llegar a entender el sudor y la sangre oscura de las aceitunas.
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Eso lo llamo yo "paciencia".
ResponderEliminarUn abrazo, genio.
Admiro en su relato , la perseverancia , constancia , dedicación , lucha , esfuerzo y firmeza de Cipariso . Como dice el ese dicho popular : el que persevera alcanza .... quién por algún motivo insiste con tesón en lograr algo ,obvio siempre que sea positivo , al final es premiado .
ResponderEliminarBonita entrada Miradme san y una buena pauta para comenzar el año 2010 .
Buen año 2010 !!!
Rosna
"La fuerza de su miedo, llenó de plata azulada las colinas".
ResponderEliminarAnte ti me postro, poeta (pero sin mariconeo).
Leyéndlo parece uno estar en la Carolina, sin duda.
ResponderEliminarSe acoge este relato como un ascenso a la noble tarea de trascender la muerte con vida.
ResponderEliminarRelato perfecto, breve y escalonado.
Te remito a mi entrada, por lo de los frutos.
Yo, jamás me resisto al fruto del olivo.
Brillante. Más que de costumbre, que ya es. Un abrazo, amigo.
ResponderEliminarQuizás "Acorralar a la muerte" (buena expresión) es lo que hacemos cada día. Me gusta esa imagen contrapuesta de los árboles, cipreses y olivos centenarios. Los primeros como guardianes de la eternidad, apuntando al infinito. Los, segundos como una imagen más terrena y vital. Es la "fuerza del miedo" a la muerte lo que nos hace "llenar de plata azulada las colinas". Todos somos un poco "Cipariso".
ResponderEliminarTiene fuerza este relato.
Propones símiles de postrarse, como dice Hojas. Uno sólo de ellos o de las metáforas ya vale un relato.
ResponderEliminarPD: Aquí otro voto más para la "plata azulada".
Excelente, coincido con Shandy en que tiene mucha fuerza. Como siempre, un placer leerte.
ResponderEliminarSaludos y muy Feliz Año Nuevo a todos!
Marcelo Ferrando
Brillantísimo. Deslumbrante. Buena forma de despedir el año, amigo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me encantó (no sé si el adjetivo cuadra con el relato). Aprovecho: Pido permiso para citar su texto del 20.11.09 (La agenda) en mi blog, por supuesto, citando la fuente. He viajado recientemente a Colombia y estoy escribiendo sobre tan proteico país.
ResponderEliminarGracias, Javier.
ResponderEliminarRosna, te agradezco tus palabras. He de reconocer que admiro la constancia y el tesóna las personas constantes y tenaces.
ResponderEliminarUn beso, Yuriko.
Amigo Roble, gracias. Menos mal que has aclarado las cosas en el paréntesis. Miedo me das...
ResponderEliminarCapitán, mi familia es de Jaén, en concreto de Lopera. Algo se tiene que notar.
ResponderEliminarUn abrazo
Tempero, bienvenido a tu casa. Gracias por los elogios. Acudo de inmediato a tu blog para leerte.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias, Juan Antonio, hermano.
ResponderEliminarShandy, es cierto, a diario acorralamos a la muerte, la negamos. El relato tiene fuerza, es verdad. Lo tenía en mi cabeza desde hace tiempo pero no se dejaba dominar. Me ha costado mucho darle forma.
ResponderEliminarGracias por tus comentarios. Los aprecio mucho.
Gracias, Fernando. Me emocionan tus palabras.
ResponderEliminarUn abrazo
Marcelo (desconocía tu nombre hasta hoy), muchas gracias. Es un placer tenerte por estos caminos.
ResponderEliminarUn saludo
Octavio, viejo amigo, gracias.
ResponderEliminarQueda pendiente esa cena con nuestra amada Paquiella, la malinche. Llevo años esperándola.
Un abrazo
Caruano, bienvenido. Puedes utilizar el relato que me pides sin ningún problema. Pedir permiso en los tiempos que corren habla muy bien de ti.
ResponderEliminarGracias.
Está en algodón, pero brillante nunca tanto; te sigo leyendo. Suerte.
ResponderEliminarMagnífico relato.
ResponderEliminarFelicidades por un trabajo tan emocionante.
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ResponderEliminarHello. And Bye.
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