“Después no quiso que la quisiese, que volcara sobre ella huecas palabras de amor, que fuera más veces mía. Solo la negrura de la distancia, la negación de lo vivido, la imposibilidad de regresar al amanecer rosa de sus pechos”.
Melibea, que leía el papel con la vanidad de un obispo, tropezó y se precipitó sobre el vacío.
Bravo, maestro
ResponderEliminarUn relato muy sorprendente. No me lo esperaba.
ResponderEliminarSaludos desde Getafe.
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ResponderEliminarDe "tonteos", como dice la etiqueta, nada, Cetina: un micro soberbio.
ResponderEliminarFeliz año nuevo, querido amigo
ResponderEliminarEl amanecer rosa de tus pechos... Ay, como los míos. Bonita entrada, sí señor. Qué sorpresas me encuentro entre los amigos de Octavio.
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